Economista,
magíster en Estudios Políticos y Económicos de la Universidad del Norte /
Tomado de
http://www.razonpublica.com / 16 Julio 2017
Aunque
parece ser un buen negocio, la integración nos servirá de poco mientras sigamos
exportando bienes de poco valor agregado y no demos el salto a las tecnologías
de punta. Ni Colombia ni su región pacífica pueden por eso hacerse grandes
ilusiones.
Potencial considerable
Entre el
26 y el 30 de junio pasados tuvo lugar en Cali la XII Cumbre de la Alianza del
Pacífico, un mecanismo de integración entre Colombia, Chile, México y Perú
establecido en abril del 2011.
Esta
cumbre fue precedida por un encuentro empresarial y una reunión de rectores y
académicos de las principales universidades de los países que integran la alianza,
lo que destaca su papel central y la relevancia política y económica de sus
iniciativas.
Los
países miembros concentran el treinta y nueve por ciento del producto interno
bruto (PIB) de América Latina y el Caribe, el cincuenta por ciento del comercio
exterior y el cuarenta y cuatro por ciento del total de los flujos de Inversión
Extranjera Directa (IED).
Esta
alianza cuenta con 49 países observadores interesados en participar en el
proyecto, y ya cuatro de ellos lo han hecho (Canadá, Singapur, Nueva Zelanda y
Australia).
La
organización viene trabajando en dirección correcta, pero con fuerza
insuficiente para enfrentar el desplazamiento del eje económico mundial del
océano Atlántico al Pacifico, donde están ubicadas las economías asiáticas,
encabezadas por China, que le disputa a Estados Unidos la primacía en la
economía mundial. Es más: lo hace en el momento en que Estados Unidos abandonó
el Acuerdo Transpacífico (TPP), que le dejó la iniciativa a China en esta área
del mundo.
Exportando lo que no es
Hoy la
tecnología hace precaria la ventaja comparativa de la mano de obra barata en la
que pretenden erróneamente especializarse los países de la Alianza del
Pacífico, especialmente Colombia.
Antes de
Trump, los empresarios globales ya estaban retornando a sus lugares de origen,
porque la robótica (una manifestación de la llamada cuarta Revolución
Industrial) está reemplazando los puestos de trabajo en todos los órdenes de la
producción, lo cual aumenta sustancialmente la productividad per cápita al
mismo tiempo que dispara la desigualdad.
Las
empresas y los empresarios ya no necesitan deslocalizarse. Esto es irrelevante,
puesto que ya no lidian con obreros sino con máquinas. Entonces, el mercado
interno vuelve a cobrar importancia. Por ejemplo, para el 2025, China dará
prioridad a las tecnologías avanzadas y a la automatización, con el fin de
reducir la dependencia de mano de obra de bajo costo en la fabricación.
Las
expectativas con las que se creó la Alianza no se han cumplido y el comercio
entre sus miembros declina desde su fundación.
Frente a
esta ola de tecnificación de la producción, de retorno a una localización de la
economía y ante el desafío que representan las economías asiáticas,
especialmente la china, ¿competirán los países de la Alianza del Pacífico sobre
la base fundamental de los productos mineros y otros bienes primarios de escaso
valor agregado, que deterioran su balanza de pagos, sus reservas
internacionales y el valor relativo de sus monedas?
La
tendencia a la baja de los precios del petróleo y otros commodities es
irreversible. Salvo México, los demás miembros latinoamericanos de la Alianza
del Pacífico centran sus economías en el sector primario.
El
principal producto de exportación de Chile es el cobre, que refinado y mineral
suma el 43,5 por ciento de sus ventas externas. La producción de esta mineral
también es importante en Perú, donde representa el 16,2 por ciento de las
exportaciones, sumada a la del oro, con el 16,5 por ciento. Colombia vive del
petróleo con crecientes dificultades, así como también del carbón, el oro y el
ferroníquel.
Como
resultado de esta situación, las expectativas con las que se creó la Alianza no
se han cumplido y el comercio entre sus miembros declina desde su fundación.
Las
exportaciones colombianas hacia México, Perú y Chile cayeron a 2.658 millones
de dólares en el 2016, mientras que en el 2012 fueron de 4.553 millones de
dólares. Lo mismo ocurre con las importaciones. En el 2012 fueron de 8.347
millones de dólares y en el 2016 cayeron a la mitad.
Los obstáculos de Colombia
La
Alianza del Pacifico está concebida dentro de los criterios del libre comercio,
dentro del cual la economía colombiana ha venido operando sin éxito.
Es un
grave error suponer que el sector productivo responde adecuadamente al eslogan dejar
hacer, dejar pasar. De hecho, los últimos veinte años de Colombia han sido
literalmente perdidos en términos de política industrial.
El libre
comercio no es una fórmula mágica que garantiza el progreso, la prosperidad y
el bienestar de la gente. La práctica internacional demuestra que, antes de
entrar a la puja del comercio global, los países se toman décadas o siglos de
preparación, la mayoría de las veces afincados en la protección de su mercado
interno, como demuestran los países de industrialización tardía.
Lo
contrario ocurrió en Colombia, que ingresó en la competencia global como en un
acto de magia. Aquí se dijo: “Hágase la apertura”, y la apertura fue hecha;
“empréndase la desgravación arancelaria y listo”. La pretensión de convertirnos
en el Japón de Suramérica se escurrió entre los dedos.
En la
actualidad, pesa más en la estructura de costos de las empresas exportadoras el
atraso en la infraestructura que rebajar aún más los aranceles.
Es un
exabrupto que la base industrial del país esté localizada en las montañas
andinas, en lugar de hallarse en Buenaventura o en la costa atlántica. Sigue
siendo costosa y dolorosamente cierto que se demora más un container en el
trayecto de Buenaventura a Bogotá, que en el viaje de China a Buenaventura,
puerto al que ni siquiera hoy llega la carretera de doble calzada desde Buga.
Y tampoco
llega el tren –enredado en la traba burocrática y amañada de las concesiones– que está siendo vendido por partes y en cuyo negocio actúan la multinacional
suiza Impala y la Agencia Nacional de Infraestructura (ANI), que adelanta un
proceso de caducidad de esta concesión.
Para
industrias como la del cemento, la minería y los minerales no metálicos, el
costo del transporte a puerto equivale al cuarenta por ciento del valor de las
mercancías. Esto demuestra que el país ni siquiera está preparado para suplir
las necesidades de infraestructura de la locomotora minero-energética.
Luego de
una devaluación que alcanzó el cincuenta por ciento, el país no exporta sino
fundamentalmente combustibles. Sin embargo, ante una caída del treinta y cinco
por ciento de las importaciones, en Colombia no se sustituye la exportación de
estos productos.
Actualmente,
el crecimiento del país es lánguido, con tendencia a empeorar. Entre 1967 y
1991, la economía colombiana creció por encima del cinco por ciento, con una
participación notable de la industria en el PIB. En los últimos veinticinco
años, esta situación deseable se reversó.
La
participación de la industria en el PIB bajó a la mitad y la economía creció
menos del cuatro por ciento. En el 2016, la balanza comercial del país registro
un déficit de 4613,3 millones de dólares. En lo que va del 2017, ya alcanza un
déficit de 3335,9 millones de dólares.
En ese
entorno, es poco probable que Colombia pueda aprovechar de la mejor manera las
oportunidades que podrían propiciar el desarrollo y consolidación de la Alianza
del Pacífico.
El lugar de Colombia en la Alianza del Pacífico
En esta
alianza, Colombia es el país que menos relaciones tiene con Asia y Oceanía, no
pertenece al Foro de Cooperación Asia-Pacifico y tampoco participa en el TPP.
En las
actuales condiciones de la producción mundial, donde la investigación y la
innovación son cruciales, el país presenta cifras preocupantes: Colombia
produce cinco doctores por cada millón de habitantes, mientras que Alemania
produce trescientos quince y Brasil setenta. Como puede verse en la siguiente
gráfica, los grupos de investigación disminuyen en el país un treinta por
ciento y el número de investigadores es cada día menor.
El
interés de la empresa colombiana por desarrollar tecnologías disruptivas, que
generen productos totalmente nuevos, es muy bajo. La industria nacional se
contenta con pequeñas innovaciones incrementales que añaden poco a sus
procesos.
Por su
parte, la inversión del Estado en el desarrollo de tecnologías, el estímulo de
la ciencia y la investigación es mínima, puesto que no llega a representar el
uno por ciento del PIB y el poco dinero que se invierte en estos sectores se
desvía a vías terciarias.
Colombia
ocupa el puesto 61 entre 138 países en mediciones de competitividad
internacional que abarcan doce variables. En la variable macroeconómica
descendimos 21 posiciones y en innovación no logramos despegar.
Las perspectivas del Pacífico colombiano
Es
previsible que, dados estos antecedentes, el Pacífico colombiano no encontrará
en esta alianza internacional una oportunidad para mejorar sus condiciones de
marginalidad y pobreza.
El
anuncio de la llegada de empresas como Mitsubishi al Valle del Cauca no es del
todo alentador, dadas las actuales condiciones de producción en el mundo:
procesos automatizados, poquísimos empleos, grandes gabelas tributarias y zonas
francas. Antes que un inmediato bienestar, lo que se ve venir son nuevos paros
y movilizaciones en el Pacífico colombiano y en Buenaventura. Un puerto moderno
no puede funcionar eficazmente en una ciudad empobrecida.
El
Gobierno nacional no tiene cómo cumplir lo pactado el 6 de junio pasado con las
gentes del puerto. Dadas las condiciones macroeconómicas consignadas en el
Marco Fiscal de Mediano 2016-2017, las proyecciones del Gobierno no cuadran con
la tendencia a la baja de los precios del petróleo. Este panorama interfiere en
el desarrollo de las actividades portuarias y le resta aún más competitividad a
la producción nacional.
Exportar
en las condiciones actuales de Colombia es un esfuerzo notable, como lo
muestran las empresas de Antioquia, Bolívar, Atlántico y el Valle del Cauca,
que con tenacidad y visión aprovechan la oportunidad que brinda el espacio de
la Alianza del Pacífico. Sin embargo, la fragilidad de la economía y el
desarrollo nacional es patente.
*
Economista, magíster en Estudios Políticos y Económicos de la Universidad del
Norte, profesor universitario y autor de varios libros, entre ellos, La
geopolítica del petróleo y el cambio climático, Universidad de Antioquia, 2010.
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